A las dos horas de estar allí los cuatro juntos Marta y Bea comenzaron a sentirse incómodas. No sabían que decir así que optaron por marcharse y dejarles solos. Así que farfullando un par de disculpas estúpidas se marcharon de allí.
- Ahora que nos han dejado solos… - decía Dimitri mientras miraba de forma sugerente a Lis – podríamos ir a dar una vuelta…
Lis se quedó como hipnotizada por sus ojos verdes y accedió inmediatamente. Dimitri la sujetó por la cintura y los dos se marcharon del bar. Caminando sin rumbo fijo llegaron a las calles más lejanas, aquellas por las que casi nunca pasa nadie debido a su distancia con el núcleo urbano.
- Vamos a sentarnos en ese portal – dijo Dimitri.
Era un portal con un escalón que se levantaba a un palmo del suelo por lo que era cómodo para sentarse y tenía sendos muretes a los lados los cuales tapaban las esquinas del portal y tras los cuales podías ocultarte si estabas sentado debido a su pequeña altura. El suelo estaba hecho de mármol blanco y las paredes era de piedra negra.
Lis y Dimitri se sentaron en una de las esquinas, ocultos tras el muro. Dimitri posó sus manos en ambos lados de la cara de Lis y con rudeza la acercó hacia ella y comenzó a besarla como si el tiempo se le escapara rápidamente. Al poco tiempo sus manos se deslizaron a sus pechos, apretándolos con fuerza. Mordiendo luego su cuello y pellizcándole los pezones a través del sujetador. Parecía que Dimitri tenía unas ganas enfermizas y brutales por poseerla en ese mismo instante. Su ímpetu era demasiado exultante y en algunas ocasiones sus caricias eran demasiado fuertes.
- Para… aprietas muy fuerte… - le dijo Lis con una mezcla de placer y dolor en su voz.
- Que pasa, que no te gusta ¿o que? – A Dimitri le había molestado la objeción de Lis.
- No, no es eso…
- Pues entonces ya está.
Dimitri se levantó bruscamente, la agarró de la mano e hizo que ella también se levantara, le bajo los pantalones y la ropa interior. La situó frente al murete, con su pecho apoyado contra la fría piedra y empezó a penetrarla.
Las embestidas eran salvajes, como las de una fiera desbocada. Lis, aunque tenía miedo de que alguien pasara y los viera, estaba disfrutando a la vez por el morbo que le daba la situación. Los gemidos no tardaron en aparecer.
A Dimitri la situación le encantaba. Estaba practicando sexo en un lugar en el cual le podía pillar y además estaba dominando a una preciosa pelirroja que le encantaba…
Fin del capítulo 62
No hay comentarios:
Publicar un comentario